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martes, 31 de julio de 2007

LA FRONTERA CRISTIANA EN EL SIGLO XI


Tanto en las ciencias propiamente dichas (física, matemáticas, química, etc.) como en las “ciencias” humanas, uno de los problemas más difíciles de resolver es establecer los comportamientos, tanto matemáticos, físicos o químicos, como humanos, en los terrenos que denominamos frontera.

Existe toda una práctica científica para estudiar todos los fenómenos físicos o químicos de un modo general, como estudio del comportamiento de la materia generalizada a toda la masa en estudio, pero sin incidir puntualmente en cómo se verifica ese fenómeno en todos los puntos de la materia. Así estudiamos de un modo genérico la ebullición del agua pero también estudiamos detenidamente como sucede esta transformación física a nivel de la frontera, es decir, tanto en el interior de la masa de agua como en las últimas moléculas que están presentes en la frontera que separa los estados líquido y gaseoso. Lo mismo ocurre con las reacciones químicas, una cosa es el comportamiento estadístico de una masa total y otra cosa es el comportamiento, una por una, de las reacciones químicas en el punto de reacción o frontera de las dos moléculas que van a reaccionar o interactuar.

En las “ciencias” humanas sucede exactamente lo mismo, los comportamientos sociales, que suponemos uniformes en una región o en un país no son necesariamente uniformes en toda su extensión territorial y sí son especialmente diferentes en las zonas de frontera, muy marcadamente diferentes por las condiciones especiales, casi de excepcionalidad.

La entrada de los árabes en España, y su postrer primera derrota en los predios de Covadonga, hizo que se despoblase toda la zona comprendida entre el valle del Duero y la cornisa cantábrica. Ordoño I comenzó la repoblación de toda esta zona en el siglo IX con poco éxito.

Cuando el reino de León y Castilla avanza, en lo que se dio en llamar “Reconquista”, desde las tierras norteñas, después de la unificación de ambos reinos en 1037, comienza una época de expansión en dos vertientes. Hacia el oeste, la expansión hará avanzar el reino cristiano hasta Lisboa, capital que es conquistada en 1093, fijando el límite de la conquista por el Oeste. Ya en 1055 había sido conquistada Viseu y en 1064 había sido conquistada Coimbra al rendirla por hambre Fernando I. Esta expansión y conquista dura hasta el año 1137 en que, a través de los Acuerdos de Tuy, se le concede a esta región una autonomía condal que, posteriormente, el 25 de Julio de 1139 se transforma en reino independiente por la victoria de Alfonso Enríquez en la batalla de Ourique.

El empuje conquistador por el este llevó a reconquistar la zona comprendida entre el río Duero y la Cordillera Central, ampliándose hasta Navarra y Rioja, posteriormente avanzan sobre la Cordillera Central y conquistan Coria en el 1079, y Toledo en 1085 a cargo de Alfonso VI, empuje que termina con la conquista de Uclés en 1109. Es de hacer notar que ya data de estas tan lejanas fechas históricas la tradicional división de Castilla en dos, Castilla la Vieja al norte de la Cordillera Central y Castilla la Nueva al sur de la Cordillera.




Las fronteras en el siglo XI

Se discute aún si los avances cristianos sobre el resto de la península, que se han dado en llamar “reconquista”, es tal o es una “conquista”. Entendamos los términos en su extensión. Si poseemos de nuevo unas tierras y unas poblaciones que habían sido ocupadas por la fuerza y lo hacemos en el corto tiempo que media para que en la zona ocupada no se hayan producido transformaciones de fondo, podríamos hablar de “reconquista”. Así podemos decir que los reyes asturianos reconquistaron las tierras hasta la marca del Duero, pero cuando los reyes cristianos ocuparon el reino Nazarita, ocho siglos después de su ocupación, no podemos hablar de una reconquista sino de una conquista; allí ya no quedaba nada de lo que los cristianos habían abandonado en el siglo VIII. Los historiadores suelen citar como excepción a los reinados de Fernando I y su hijo Alfonso VI, en los que sí hubo un sentido práctico de reconquistar toda la península. La influencia de la Iglesia y la herencia visigótica habían inculcado en la población que toda la península debía estar bajo la dominación cristiana.

La reconquista de estos territorios, en tiempos de los reyes asturianos, había supuesto el desplazamiento por la fuerza y por las penurias de las guerras y las razzias (razzia es palabra que deriva de la palabra árabe, “gayiza”, que significa incursión militar) de los habitantes de estas regiones. Estas tierras, desoladas y despobladas, estuvieron abandonadas por casi doscientos años y eran casi “tierra de nadie”. Una vez que en el siglo XI arranca de nuevo la reconquista, estos territorios así reconquistados eran propiedad del Rey que los acumulaba a su “realengo”. Realengo significa, “perteneciente al Rey”, y por tanto al Rey pertenecía la responsabilidad de repoblar dichos territorios.

Pero no todos los territorios en poder de los árabes eran apetecibles para los cristianos. En el siglo XI, Fernando I le cobraba a numerosos gobernadores de Taifas musulmanes, como a los de Zaragoza, Valencia, Sevilla, Toledo y Badajoz, unos tributos por no ser atacados, es decir una especie de chantaje o de “protección” o modernamente “vacuna”. Estos tributos, o mejor dicho “exacciones”, en el sentido de que eran cobros injustos y violentos, que cobraba Fernando I a los reinos de Taifas, recibían el nombre de “parias”. Taifa es una palabra árabe “ ta’fa ” que significa grupo, bandería, facción y que se usó para denominar a cada uno de los reinos en que se dividió la España árabe al caer el califato de Córdoba.

Fernando I

La actual palabra paria, en una de sus acepciones, es una palabra que nos viene del bajo latín y significa “igualar una cuenta, pagar” y que se usa para indicar “el tributo que paga un príncipe a otro en reconocimiento de su superioridad”. Bueno, esto es, ni más ni menos, que un tributo de protección para no ser “conquistado”. Estos documentos de tributación incluso eran motivo de herencia y así Fernando I al morir y dividir su reino entre sus hijos, también repartió entre ellas las “parias.







Alfonso VI, hijo de Fernando I

De estas “parias” se alimentaba el reino castellano-leonés y fueron tan considerables que, a través de documentos, podemos saber que al morir Fernando I, el emir de Zaragoza, al-Muqtadir, rompió el contrato de “parias” que tenía con Castilla y pasó a pagarle “parias” al reino de Navarra, el cual las fijó para el año 1073 en 12.000 dinares andalusís. Esta práctica de las parias también la realizaron los gobernantes de Cataluña. Por ello es fácil entender que había intereses económicos importantes por encima de intereses de reconquista. Un reino de Taifas reconquistado no rendía “parias”. Como curiosidad veamos alguna de las cláusulas de un contrato de “parias”. Sancho IV, se compromete con el emir de Zaragoza a:

“...proporcionar ayuda militar cuando fuera necesaria, tanto frente a los cristianos como frente a los musulmanes...”


Y las tropas cristianas provistas al reino Taifa de Zaragoza debían:


“... ser pagadas cada día lo que es costumbre dar a los hombres de Castilla o Barcelona”


Por cierto que aquí se documenta, en 1073, la existencia de guerreros de alquiler.

No era fácil repoblar tierras desoladas por años de guerra y abandono, en la cercanía de los árabes y con el peligro de incursiones guerreras. La frontera que los separaba no era ni natural ni pactada, por lo que eran tierras sumamente peligrosas y poco atractivas desde el punto de vista de su producción económica. La repoblación se fue haciendo poco a poco, creándose villas con territorios vastos y con autonomías del Rey, tan grandes, que más parecían ciudades estado que villas bajo autoridad real.

El aprovechamiento de las tierras pasaba por adecuar unas tierras de secano al regadío y así tenemos noticias de la construcción de canales y acequias (palabra árabe, “sâqiya”, que significa regar) con técnicas aprendidas en la zona de frontera con los árabes, especialistas en sistemas de riego. También hubo profusión de construcción de molinos, aprovechando las aguas impetuosas que bajaban de las sierras hacia el Duero. Todo esto llevó a un incremento sustancial de cultivos como el trigo y la vid, representantes genuinos de los cultivos de secano y de regadío que han caracterizado a la meseta castellana.

Sin embargo, una mano de obra no muy abundante en las zonas del Duero, hizo que se privilegiase a la ganadería sobre la agricultura; y dentro de la ganadería que se privilegiase a la cría caballar sobre el resto de las especies animales, y esto era debido a la necesidad de enfrentar a los árabes con tropas a caballo, lo mismo podemos decir del incremento en la cría de mulas por ser animales especiales para la carga de las tropas. Del resto de las especies animales, es la ovina quien conoce más desarrollo y llegó incluso a considerarse moneda de intercambio junto con los “sueldos” de plata y los “modios” de trigo. La palabra “sueldo” es una castellanización de la palabra latina “solidus”, que así se llamaba a una cierta moneda sólida, o consolidada, a diferencia de otras monedas que, por habérseles disminuido la proporción de oro o de plata, se consideraban de escaso valor o de valor variable (esta práctica de disminuir la proporción del metal noble en una moneda es la primera práctica inflacionaria que registra la historia de la economía y fue hecha en Roma). En el año 1156 se documenta la palabra “sueldo” para denominar a una moneda cuyo valor coincidía con la paga de un soldado. El “modio” era una medida de áridos que usaban los romanos y que equivalía a 8.75 litros.

Esta consolidación de la actividad económica se realizó a lo largo de un siglo y durante él la unidad de cambio fue la oveja y el peso de plata y el modio de trigo, aunque también se usaban, en menor medida, las monedas heredadas del tiempo de los romanos y de los suevos. Los reyes castellanos aún no acuñaban moneda y era frecuente el trueque para las operaciones mercantiles.

La repoblación se hizo fundamentalmente con gallegos y suevo-godos, astures y cántabros y también vascones, según el historiador Sánchez-Albornoz, y por castellanos según otros autores. Sin embargo es curioso que todos los autores coinciden en señalar que esta repoblación se hizo también con mozárabes allegados a esas tierras huyendo de las guerras del sur de la península. La toponimia indica esto de modo fehaciente e incluso los estudios dialectales destacan la presencia, en nuestros tiempos, de reliquias idiomáticas de estas repoblaciones, como lo es encontrar palabras y modismos del bable asturiano en tierras tan alejadas como Salamanca o Zamora. Los mozárabes contribuyeron con el aporte de usos y costumbres para el mundo industrial y económico e introdujeron el uso de monedas árabes. Pero muchísimo más importante fue el aporte que su bagaje cultural y espiritual le dio a la vida cristiana y al nuevo arte que desarrollaron en las tierras repobladas. Ahí están San Miguel de Escalada y el Beato de Liébana y los scriptorios monacales de Tábara y Baleránica y ahí está San Millán de la Cogolla.

Pero nos interesa más saber quienes, y por qué, estaban dispuestos a instalarse en tierras tan azarosas y tan poco productivas. Las concesiones reales y las facilidades otorgadas por los reyes de turno hacía más fácil la vida en estas villas y aldeas de las tierras repobladas, tierras de frontera. Los reyes tuvieron que repoblarlas poco menos que con los que siempre han poblado las fronteras, aventureros o gentes de vida acostumbrada a la rudeza de todo tipo. La legislación en uso en la época era la que habían heredado de los visigodos, en concreto se seguía la promulgada por el Rey Recesvinto en el siglo VII, por lo que las ofertas y promesas a los repobladores debían hacerse por escrito ya que muchas de ellas contrariaban la legislación visigótica vigente, de ahí la presencia del fuero escrito. El fuero más antiguo que conocemos es el que se le dio a los repobladores de Castrogeriz y fue otorgado por el Conde García Fernández en el año 974.

Como ejemplo de las facilidades ofrecidas y de las personas dispuestas a efectuar las repoblaciones tenemos el famoso Fuero de la ciudad de Sepúlveda, dado por el Rey el 15 de Noviembre de 1076 en el que, entre otras prolijas disposiciones forales, establecía casi como un fuero legionario al asegurar que quien hubiese cometido algún crimen o robo o secuestro, al norte de la marca del río Duero, si se avencidaba en Sepúlveda, se le aforaba para que no fuese perseguido por los justicias.

Algunas de las cláusulas del de Castrogeriz, son de este tenor:


“...Otorgamos estos buenos favores a los soldados de caballería, que disfrutaran el rango de nobles... y que cada hombre colonice sus tierras... y si alguien diere muerte a un caballero de Castrogeriz, que pague en compensación por su vida 500 soldi... los hombres de Castrogeriz no pagarán peajes...”


Estos fueros dieron inicio a un derecho de la frontera con unas serie de estipulaciones necesarias para que los aforados echasen raíces en las nuevas tierras. Por ello se les obligaba a residir en casas y a cultivar las tierras asignadas, sin más sometimiento que el cumplimiento del Fuero y sin más autoridad que la real. Eran hombres libres y autónomos para defender sus territorios, tanto los propios como los del municipio al que estaban adscritos. Muchos de estos hombres libres fueron pequeños y medianos propietarios y alcanzaron la distinción de “infanzones” o “boni homines”, que era el ultimo escalón de la nobleza; y muchos de ellos, también, eran simplemente enfiteutas del realengo o de algún cenobio.

Construyeron sus casas sobre escalios, es decir sobre tierras yermas. Esas tierras que necesitaban ser rozadas, roturadas y artigadas se las llamaba “escalios” como traducción de una palabra árabe. En las tierras de frontera se confunden los términos y se usan indiscriminadamente por unos y otros palabras que poco a poco se van haciendo del acerbo del mundo cristiano, de nuestro castellano.

La propiedad así constituida se llamaba “alodial” que significa “propiedad libre de carga y derecho señorial”, y podía ser traspasada a los hijos o herederos. Estas propiedades se agrupaban formando las villas, muchas de ellas llegaron a ejercer un derecho muy curioso y netamente hispánico como lo es el derecho de “behetría”. Por este derecho los habitantes de una población, por ser dueños de ella, podían escoger a un señor sin perder su libertad. Esta figura jurídica se institucionalizó en estas tierras del Duero.

Estas poblaciones de frontera aseguraban su propia defensa y en caso de tener que atender labores militares eran comandados por los más ricos de la villa que eran nombrados “caballeros villanos” y que solamente servían a las órdenes del Rey. Era una sociedad no jerarquizada, llana, por lo que la sociedad de repoblación del valle del Duero no era una sociedad articulada alrededor del “señor” feudal. La sociedad carolingia cerrada no prosperó en estas tierras de frontera, más bien prosperó una sociedad formada por pequeños propietarios con altísimos sentimientos de libertad. Solamente tuvieron preeminencia sobre ellos los desarrollos alrededor de los cenobios e iglesias, formándose estas agrupaciones de tierras por las donaciones de particulares y reales. Los grandes monasterios son quienes acumulan propiedades, como las que se formaron alrededor de Sahagún, en León, o en la Cogolla, en la Rioja.


Monasterio de Suso en la Cogolla

En esta nueva sociedad del valle del Duero se produce un nuevo tipo de “caballero” quien es un hombre libre, propietario de tierras, que se equipaba a sus propias expensas y quien no esperaba más beneficio que el bien servir a su Rey. No era un caballero feudal que rendía vasallaje a su señor. Es el tipo de caballeros desarrollados en Castilla que serán capaces de hacer jurar a un Rey, que será capaces de levantarse en armas ante el rey de León y fundar un reino como Castilla.

Así la reconquista dio lugar a un repoblamiento que estableció sociedades fundamentadas en la libertad y en las actividades guerreras junto con las agrícolas y ganaderas, pero esto se dio en ese gran territorio entre los confines del reino astur-leonés y el Duero, región que estaba despoblada. Pero cuando ésta avanzó al sur de dicha marca y se adentró al sur de la Cordillera Central entonces se encontraron con una región bien poblada y formada por comunidades de moros y mozárabes y ahí la vida societaria sobrevino por la coexistencia pacífica entre unos y otros y por el intercambio de modos y costumbres. Hay una clarísima distinción entre una y otra zona de reconquista porque las sociedades que las conformaban eran radicalmente diferentes, tanto en el aspecto social como en el cultural.

Al norte de la Cordillera Central era una sociedad libre que rendía pleitesía solamente al Rey y al sur de la Cordillera era una sociedad basada en la tolerancia y en el reconocimiento mutuo de las instituciones civiles y sociales donde florecieron las artes y las ciencias al amparo de la simbiosis de los hombres y mujeres que profesaban las tres religiones “del libro”: árabes, judíos y cristianos. Ya no era tierra de frontera.

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