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lunes, 8 de octubre de 2007

LOS TRASTÁMARA. PRINCIPIO Y FIN


Escudos de Armas de los últimos Trastámaras

Todo terminó un día de Viernes Santo, 12 de Abril de 1555. Quien sería posteriormente San Francisco de Borja, recogió su última confesión y nos legaría a la historia la sensación de haber confesado a una mujer lúcida. Quien pasaría a la historia como “Juana la Loca” dio, en sus últimos momentos, “signos de gran lucidez y entendimiento”. Triste destino histórico ser tenida por vesánica la exquisita y refinada ultima reina de la dinastía de los Trastámara, Juana I. La historia había comenzado hacía más de doscientos años.

Bastardos llegados al trono de Castilla por medio de luchas fratricidas, marcaron, sin embargo, los Trastámara, dos centurias de la historia de Castilla, florecientes en el mundo cultural y en el mundo político. Ramón Menéndez Pidal diría de ellos que fueron:


“...tronco de egregios descendientes dotados de altas miras y virtudes políticas”

Entre los años 1366 y 1369, reinando en Castilla Pedro I, llamado “El cruel”, último rey de Castilla y León perteneciente a la dinastía de la casa de Borgoña, dinastía que había comenzado en 1126 con Alfonso VI, se enfrentan dos sectores de la nobleza castellana, unos defendiendo al rey Pedro I, heredero legítimo de la corona de Castilla, al morir su padre Alfonso XI el 27 de marzo de 1350 en Gibraltar a consecuencias de la peste, y otros defendiendo a Enrique, Conde de Trastámara, uno de los muchos hijos bastardos de Alfonso XI. Enrique estaba apoyado, además, por el monarca francés debido a que Pedro I había repudiado a su esposa, la francesa Blanca de Borbón, lo cual causó la furia y el descontento francés e incluso el de la Iglesia ya que por dicho repudio el Papa Inocencio VI llegó al extremo de excomulgar a Pedro I.



Pedro I, el Cruel

Además de estas luchas entre los bandos que aupaban al Rey y a su hermano bastardo, Pedro I emprendió una lucha contra el reino de Aragón donde reinaba Pedro IV, “El Ceremonioso”, que no hizo sino exacerbar las luchas internas de los reinos de la península. Pero el mayor enfrentamiento fue el desarrollado entre Pedro I y Enrique de Trastámara.

Enrique era el hijo bastardo concebido por Alfonso XI con la bellísima Doña Leonor de Guzmán, que nació en Sevilla en 1333. Bastardo preferido del Rey, fue prohijado por el asturiano Don Rodrigo Álvarez de las Asturias. Este noble asturiano llega incluso a nombrar a Enrique su heredero universal y le cede el Condado de Trastámara y los señoríos de Siero, Colunga, Ribadesella y Llanes y le cede el de Noreña, el solar de su linaje, y le cede el más importante de ellos, como bastión y plaza fuerte que es, el de la Puebla de Gijón. En 1345, Alfonso XI le otorga también los condados de Sarriá y Lemos, ambos situados en Galicia, y los señoríos de Cabrera y de Rivera.


Enrique de Trastámara se casa en 1350 con Juana Manuel, una hija de Juan Manuel, uno de los más insignes escritores de la lengua castellana, Señor de Peñafiel, Juan Manuel era nieto de San Fernando y sobrino de Alfonso X. Autor del famosísimo “Libro de enxemplos del Conde Lucanor et de Patronioen”. Así Enrique pasa a detentar también los derechos de la casa de la Cerda y de los Manueles. Las desavenencias entre su hermano Pedro I y su madre Doña Leonor, marcan el inicio de los problemas entre los dos hermanos que culminarán en el primer enfrentamiento guerrero en Toledo en 1355 en el que es derrotado Enrique.




Áureo de Pedro I el Cruel


Camino al exilio francés de la Rochelle, Enrique pasa por Asturias donde aún queda una nobleza antigua, orgullosa de su estirpe y de su solar, como los Valdés o los Quirós, quienes no en vano ostentan como lema heráldico:



“Después de Dios la casa de Quirós”


En la estancia asturiana Enrique concibe un hijo bastardo de una mujer noble, llamada Elvira de la Vega, quien recibe por nombre Alfonso Enríquez, el cual heredará de su padre Enrique los títulos de Conde de Noreña y de Gijón y que protagonizará en los años venideros cruentos enfrentamientos con la corona.

Torre de los Valdés en San Cucao de Llanera (Asturias)


Enrique, exiliado en Francia, reingresa a Castilla de nuevo y en Nájera, en 1360, vuelve a ser derrotado por Pedro I. Nuevamente exiliado en Francia hace contacto con las Compañías Blancas, unos soldados mercenarios al mando del famoso Bertrand du Guesclin (La Motte-Bröons, Bretaña, 1320 - Châteauneuf-de-Randon,1380), Condestable de Francia. Con estas tropas entra de nuevo en Castilla por la Rioja y conquista Burgos. El 5 de Abril del mismo año se proclama Rey de Castilla en las Huelgas. Avanza hacia Toledo y en Junio ocupa Sevilla con lo cual quedan en sus manos casi todas las tierras del reino de Castilla. Solo permanecen fieles a Pedro I algunas zonas de Galicia, Asturias y Cantabria.

Bertrand du Guesclin recibe la espada de manos de
Charles V, de Francia, “le mauvais”


Pedro I tiene que salir de Castilla y se refugia en Francia en donde llega a un acuerdo con los ingleses en la cabeza del heredero al trono, el Príncipe de Gales, más conocido como el Príncipe Negro, quien lo ayuda a reanudar la lucha por Castilla. Esta nueva guerra le es desfavorable a Enrique quien huye una vez más hacia Francia dejando atrás a Bertrand du Guesclin prisionero de Pedro I. Nuevamente, en 1367, entra en Castilla y reconquista todo lo perdido hasta la batalla final de 1369 que enfrenta a los dos hermanos en las cercanías de Montiel. En el transcurso de la batalla, Pedro I, es asesinado. Perdida la batalla, Enrique entra triunfante en Toledo como Enrique II. Fin de la dinastía Borgoña en Castilla y comienzo de la dinastía Trastámara.

Las batallas entre ambos hermanos habían sido también verbales. Enrique acusaba a Pedro de ser, él también, bastardo, en este caso bastardo del judío Pedro Gil, por lo que a los seguidores de Pedro I se les apodaba “emperogilados”. Así mismo Enrique lo acusaba de tirano injusto y cruel lo cual hacía que su ascenso al trono de Castilla fuese ilegítimo al quedar deslegitimado por sus malas acciones. Y así lo glosaba Pedro López de Ayala en su libro “Rimado de Palacio”:

“el que bien a su pueblo govierna e defiende
éste es rey verdadero, tírese el otro dende”


Pero en el fondo de todo estaba el enfrentamiento de dos hombres por el poder del reino de Castilla y medrando, como siempre, dos reinos extranjeros buscando beneficios propios, Francia a favor de Enrique e Inglaterra a favor de Pedro. Bertrand du Guesclin y las Compañías Blancas por Francia y Eduardo, el Príncipe Negro, por Inglaterra.

Un tercer elemento aparece en esta contienda y es el antijudaismo observado en estas campañas. Nuevamente López de Ayala nos lo relata en estos términos:


“ comenzaron a robar una judería apartada que dicen el Alcana, e robáronla, e mataron a todos los judíos que fallaron hasta mil e doscientas personas, omes e mugeres, grandes e pequeños.
Esa muerte de los judíos hizo facer el Conde Don Enrique porque las gentes lo facían de buena voluntad “


Todas las juderías de Castilla se vieron sometidas a estos saqueos llegándose incluso al exterminio completo de la Briviesca y a la exacción total de las de Burgos y Toledo que aportaron los fondos necesarios para las campañas guerreras, y así eran las órdenes:


“ vendades en almoneda públicamente los cuerpos de todos los judíos e judías de la aljama de Toledo e los bienes muebles a rayzes fasta complimiento de veynte e mill doblas de oro “


Analistas modernos interpretan estas luchas fratricidas como el enfrentamiento entre vastos sectores de la nobleza medieval feudal, retrógrada, de los partidarios de Enrique, y la progresista de la incipiente burguesía que respaldaba a Pedro. Una vez más las dos Españas que nos hielan el corazón.

El bando ganador tiene que pagar los favores recibidos. El Príncipe Negro ya había sido recompensado con el señorío de Vizcaya por Pedro I, aunque poco le duró, pero en el caso de Enrique II fueron tantos los favores debidos y pagados que este monarca castellano pasaría a la historia con el mote de “Enrique, el de las mercedes”. Los beneficios otorgados fueron tantos y tan cuantiosos que incluso llegaron a trascender a lo largo de los doscientos años de reinado de esta dinastía, convirtiéndose ella en la principal fuente de señoríos de Castilla. Estas mercedes y estos señoríos no eran realmente cesiones de propiedades sino cesiones de derechos jurisdiccionales, subrogaciones del poder del rey incluso con la potestad de crear rentas y todo ello a costa de las clases populares. De esa época datan las propiedades de familias como los Mendoza, Manrique y Velasco

Estas mercedes, llamadas también “mercedes enriqueñas”, se hacían por “juro de heredad” e incluso se transmitían por vía de mayorazgo a los descendientes, acompañadas de los numerosísimos títulos nobiliarios de “condes” que denotaban la jurisdicción sobre cierta villa o término, todo ello según el uso y las costumbres francesas de la época. El único título nobiliario concedido en Castilla hasta 1445 fue el de condes. Esta institución nobiliaria de “condados” había comenzado con Alfonso XI, su padre. Los Trastámara posteriores ampliaron los condados con los de Benavente, Niebla, San Esteban de Gormaz, Alba y Arcos.



Enrique II, “el de las mercedes”


Así registramos las “mercedes enriqueñas” otorgadas a su camarero mayor, Don Juan González de Bazán, a quien cedió los Palacios de Valduerna y los infantados de Benavides y Castro Boñal. Su hermano Sancho recibió el Condado de Alburquerque y el señorío de Ledesma, mientras que a su otro hermano, Tello, le cedió los señoríos de Vizcaya y de Lara. A su hijo bastardo, Alfonso Enríquez, le dio como Condado las villas de Noreña y de Gijón. A su fiel Bertrand du Guesclin le dio el título de Duque de Molina y la jurisdicción de Soria.



Muerte de Bertrand du Guesclin en
Châteauneuf-de-Randon,1380


Otras “mercedes enriqueñas” otorgadas en las donaciones señoriales establecían, no solo donaciones de inmuebles y villas, sino también de contribuciones como los “almojarifagos” (palabra de origen árabe derivada de “almusrif”, oficial o tesorero de las rentas reales) que eran los derechos que se pagaban por las mercancías que entraban o salían de la villa, una especie de impuesto de aduanas moderno. Los “portazgo”, que eran los tributos que había que pagar por pasar por determinado sitio y los “montazgo”, que eran los tributos pagados por el paso del ganado por un determinado monte.

Con las mercedes otorgadas, Enrique II, estaba ejerciendo un férreo control sobre toda Castilla, sin embargo un matrimonio puso en peligro la estabilidad del primer Trastámara. En setiembre de 1371, Don Juan de Gante, duque de Láncaster, se casa con Constanza, una hija de Pedro I. Alrededor de esta pareja los antiguos partidarios de Pedro I vuelven a luchar por los derechos dinásticos contra Enrique II, esta vez aliados con Portugal. Enrique II se adelanta e invade Portugal a finales de 1372. Fernando I de Portugal no tiene más remedio que capitular, en 1373, teniendo que entregar a Castilla a los derrotados seguidores de Pedro I. El duque de Láncaster se refugia en Francia.

Las diferencias con Navarra son resueltas con su rey, Carlos II, cuando establecen relaciones matrimoniales entre varios miembros de ambas familias reales. Las relaciones con Aragón también son turbulentas. Reina por esos tiempos en Aragón, Pedro IV, a quien apodaban “El ceremonioso”. Las diferencias bélicas con Castilla las cancelan con el compromiso matrimonial de la hija de Pedro IV, Leonora, con el hijo de Enrique II y heredero real, Juan. Con esta paz lograda a través del matrimonio, se puede decir que en 1375 Castilla estaba en paz. Tras unos años de paz se desata de nuevo la guerra entre Castilla y Aragón y será en 1379 donde definitivamente se consolide la paz y Aragón pase al tutelaje castellano que ya cobraba papel hegemónico en la península ibérica.

Enrique II, siempre aliado con Francia, había firmado en 1368 un tratado con esa nación en lo que se llamó “la gran alianza”, Castilla ayudaba a Francia en la Guerra de los 100 años y Francia ayudaba a Enrique II en sus luchas intestinas. Las ayudas francesas, una vez más, estaban comandadas por Bertrand du Guesclin. Es curioso hacer destacar que el aporte de Castilla a la Guerra de los 100 años entre franceses e ingleses se hizo en el campo naval. Es importante destacar el ataque castellano al puerto de La Rochelle en 1372 a cargo de doce galeras al mando del almirante Ambrosio Bocanegra, quien contó con subalternos de la talla de un Pedro Fernández Cabeza de Vaca y un Ruy Díaz de Rojas. Esta decisiva batalla dejó en manos castellanas y francesas el control del Canal de la Mancha y dejó clara la supremacía naval de los castellanos que no conocerían derrota hasta los sucesos de la Invencible. Ambrosio Bocanegra llegó a ser nombrado Almirante de Castilla y entre sus hazañas cabe destacar el asedio y conquista de la inglesa isla de Wight en 1373. La guerra de los 100 años terminó en 1375 con las “Treguas de Brujas”.

La fuerza naval de Castilla aunada a la fuerza guerrera en tierra apuntaban a una Castilla, potencia de gran relieve, que marcaría los posteriores reinados de la dinastía que comenzó bastarda y fratricida, y que consolidó el poder real pero basado en la consolidación de la nobleza en lo que se da en llamar una nueva era feudal.

Otro de los logros importantes de este reinado fue la consolidación de una institución llamada Audiencia o Chancillería, en 1371, que viene a ser lo que en los tiempos actuales conocemos como Tribunal Supremo de Justicia. Este órgano colegiado estaba formado por siete oidores, tres era prelados y cuatro letrados. Celebraba sesión tres veces por semana para oír a las partes en litigio:


“...que oyan los pleitos por peticiones et non por libellos nin por demandas: nin por otras escripturas, et que los libren ssegunt derecho ssumaria mente et sin figura de juycio...”


La jurisdicción de la Audiencia era todo el reino de Castilla. Sesionaba en los palacios del Rey o en el del Chanciller (funcionario palatino encargado del sello real) hasta que fijó sede, bajo Juan I, en Segovia y posteriormente en Valladolid donde quedó asentada definitivamente en 1442.

Enrique II , “el de las mercedes”, muere el 29 de mayo de 1379 a los 46 años de edad, abriendo una sucesión dinástica que seguirá con Juan I (1379-1390), Enrique III (1390-1406), Juan II (1406-1454), Enrique IV (1454-1474), Isabel I (1474-1504) y Juana I (1505-1555), todos ellos Trastámara.

Una dinastía que aupó los linajes nobiliarios en los terrenos socio económicos a favor de la consolidación política de la corona castellana. En esta dinastía arranca el proceso de concebir a la corona como una estructura de instituciones en torno a un poder central que alcanzará su máxima expresión en los penúltimos Trastámara de la dinastía, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Esta dinastía anuncia la modernidad cuya cima se alcanzará en el siglo XV con los últimos Trastámara.

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